Todavía no me siento relajado;
acabo de escapar de la tormenta,
acabo de salvarme de esa mierda que consideran alimento:
pollos bañados en colesterol,
bebidas de sabor artificial,
mezcla de enfermedad, agotamiento
y abatimiento.
¿Qué delito cometí?
acaso ser el bicho en medio de la estultez,
tener manías diferentes y
casi exasperantes para el común de los mortales,
o más bien no manejar los mismos juicios de valor
de la homogeneidad de sus mentes limitadas.
Hay quienes prefirieron seguir el rebaño autodestructivo,
hacer la mezcla nociva para sí mismos:
picar de esto o aquello,
ir engulliendo lo que se le atravesara en la mirada,
la boca y el estomago.
Qué maleficio el de nosotros seres casi autogestionarios,
degenerantes y autodestructivos:
transitar bajo los cielos de frías temperaturas,
mantenerse despiertos en noches de sofocante sueño y
alimentarse de aire en menos de una semana.
El eterno divagar de un escritor sin pluma, de un músico sin instrumentos; instalado en la urbe limeña: algo más que letras sobre piedra
La que amo y la que odio
Estoy recuperandome de lo inútil.
Estoy recuperandome de lo inútil.
Intento comer sano,
está presente esa mierda plástica.
está presente esa mierda plástica.
No aguanto!
Me entra la decepción una y otra vez.
viene acompañada de desesperanza,
a la vez que de desesperación.
Vuelvo a casa.
Lima es mi amor y mi odio.
El resto del país no es Lima.
Si lo fuera sería repelente,
incluso aburrido.
Me aqueja la vida y
todo aquello que se produce para restarle importancia.
Vuelvo a Lima:
necesito levantar el trasero.
Doce horas, trece, veinte más.
¿Cuándo se acaba la carretera?
Extraño mi almohada,
mi viejo rincón,
un maldito libro,
sus hojas.
Llegué a Lima hace dos días:
estoy odiando el maldito tráfico,
sus sucias calles,
su fauna poblacional.
Por fin puedo hallar un restoran de comida sana
o al menos asi lo creo,
atrás quedan aquellos días de arroz chaufa,
pollos a la brasa y papas infladas.
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