Zoé

La bruma se había extendido por toda la costa. Si alguien estaba alegre no había duda que era Zoé; cómo le gustaba mostrar sus diminutos dientes cada vez que podía, siempre lo hacía con una discreción que parecía engaño.
Miré el reloj cuando daban las seis. Sí, las seis de la tarde cuando de pronto cayó la bruma; cosa que parecía imposible pues aquí hay suficiente sol para cada mes del año y cada mes es más ardiente que el anterior. Caía la bruma y con ella la seriedad de Zoé. Era como si el mal tiempo la hubiese envejecido con el correr del viento y el desfilar de las nubes como si se tratase de una película y su vida un pedazo de secuencia con efecto time lapse. Vertiginoso tiempo el que había pasado en tan pocos segundos, solo recodábamos no haber traído los abrigos ¿quién se acuerda de tomar un par de suéter cuando el sol brilla?
Zoé me suena a Italia, más bien a Francia. Corrían los 90's y lo hacían a paso de novela; ella viajó a nuestras tierras para hacernos saber que existía, que por alguna razón poco conocida nos conoceríamos y que más allá de un nombre sería una especie de presencia intermedia entre dos costumbres opuestas.
Zoé vino para que el hermano único de un desconocido la amara con frenesí, mientras ella haría el intento por corresponderle, pero cada intento resultaría más inútil que el anterior.
Zoé amaba al hermano de ese hermano único por razones que el cuerpo ni la mente controlan solo porque sí, porque llegó en el momento en que las mujeres se ponen sentimentales; casi, casi una cuestión inevitable e incontrolable.